martes, 8 de diciembre de 2009

John Berger III

Autorretrato


Para hacer retratos satisfactorios, probablemente viene bien hacer algunos autorretratos y también haber aprendido a aceptar las fotografías que otros te han hecho. ¿Cómo es posible, si no, comprender la turbación, la ansiedad, incluso el pánico, que a menudo asalta a la gente cuando sabe que está siendo fotografiada? No me tengo por demasiado gordo, mi nariz es grande, pero no exorbitantemente larga. Y, sin embargo, no pude aceptar mi apariencia física durante años. Solía soñar con parecerme a Samuel Beckett. (Tener un perfil como el suyo tal vez implicaría también otra forma de vida). Me hice una serie de autorretratos y cada vez "disfrazaba" mi rostro porque lo rechazaba totalmente. Gesticulaba, hacía trucos con la luz, movía la cámara deliberadamente. La cura para este juego teatral llegó cuando me vi obligado a mirarme a mí mismo durante la duración completa de una película para la televisión –una película titulada Un fotógrafo entre los hombres, realizada por Claude Goretta–. La dosis fue lo bastante fuerte como para curarme. Este hombre al que veía ante mí existía con todas sus debilidades. Era real y en cierto sentido estaba más allá de mi control. Yo ya no era responsable de su apariencia. Algunos años después, durante un seminario que yo dirigía sobre fotografía, se decidió que cada uno de nosotros hiciera una fotografía –retrato– a cada uno de los otros. Cuando me llegó el turno para posar, uno de los estudiantes observó casualmente: "Bajo esta luz, tu cara me recuerda un poco a Samuel Beckett".

JOHN BERGER (del libro Otra manera de contar)

martes, 1 de diciembre de 2009

John Berger II

Entrevista hallada. Persona que vale la pena escuchar, leer, imaginar, contar...

Por Flavia Costa.

Pintor, ensayista, crítico de arte y extraordinario novelista, John Berger conversó con Ñ de la génesis de su creación. La fascinante relación entre pintura y escritura. Y entre belleza, deseo y perfección. El compromiso de los intelectuales ante las desigualdades. Además, un texto exclusivo del escritor

Hay que verlo. Se puede, claro, explicar con palabras, pero entonces hay que hablar de unos ojos azul cobalto donde uno tiene la sensación de que podría perderse, del abrazo amistoso con que se despide del fotógrafo, de la música de Tom Waits sonando mientras prepara café, de las pausas sin tiempo antes de cada frase, como si escribiera mentalmente antes de hablar —y en verdad lo hace; por eso cuando al fin habla, la experiencia de la conversación es la de una revelación compartida.

John Berger es inglés, tiene 78 años, ha sido pintor hasta los 30 —tiene contextura de pintor, de esos cuerpos que, se nota, no han evitado los esfuerzos—. Hace más de 30 años eligió vivir en los Alpes franceses. Es, y él lo sabe, uno de los más importantes escritores de la actualidad. Un crítico feroz de la globalización y su doble industria de ambiciosos y desamparados, y a la vez un narrador que con los materiales de la realidad social ha creado una literatura impecable, tan lejos del panfleto como del esteticismo. Y cuando abre la puerta de su casa —casa de su mujer, en verdad: la también escritora Nella Bielsky, en Antony, a pocos minutos de París, donde viven cuando escapan por algunas semanas del frío y del silencio—, sonríe con una calidez inusual, con ojos que han decidido hace muchísimo tiempo apropiarse de todo lo que sucede alrededor. Esa mirada suya es el saludo de bienvenida a su propio, omnívoro universo, donde tenemos la infantil sensación de que permaneceremos para siempre.

La transparencia y la hospitalidad de su mirada, la charla por varias horas —sólo interrumpida cuando el escritor salió para llevar y luego ir a buscar a Nella en moto a su clase de gimnasia acuática—, el vino y las tostadas con pasta de aceituna mientras cae la tarde, no son completamente extraños. Se corresponden con la generosidad y la apertura a los otros que revelan sus novelas, sus críticas de arte, sus obras de teatro, sus artículos periodísticos. Esos gestos son, además, la encarnación vital de esa "pequeña teoría sobre lo visible" que es el alma de su más reciente libro de ensayos, El tamaño de una bolsa, recién editado en la Argentina.
Allí Berger sostiene que la pintura es, fundamentalmente, un acto de colaboración entre el pintor y su modelo (sea éste una cosa, una persona, un paisaje o una idea). Y que para que ese acto se produzca, hace falta que el pintor sea, más que un autor, un receptor. No tanto un creador, no tanto la fuente del sentido, como alguien que espera atento la llegada del otro. "Es cierto —comenta al pasar, mientras acomoda un cenicero de bronce y unos pasteles marca Rembrandt sobre la mesa de su estudio vidriado—: la noción romántica de artista creador eclipsó el papel de la receptividad, de la apertura en el artista. Creo, como creían los chinos, que lo que parece una creación no es sino el arte de dar forma a lo que se ha recibido. Shitao, el gran paisajista chino del siglo XVII, decía que pintar es el resultado de la receptividad de la tinta: la tinta se abre al pincel, el pincel se abre a la mano, la mano se abre al corazón."-

En ese texto sugiere también que hay una especie de voluntad de los objetos, ideas o paisajes, de ser mirados. ¿Esto ocurre igual en la pintura que en la escritura? Usted ya no pinta, pero sigue dibujando: ¿cuándo se da cuenta de que algo, por así decir, pide ser escrito o dibujado?-

—Hay una diferencia central entre dibujar y escribir. Uno empieza a dibujar porque está frente al objeto y dice: "quiero dibujar, allí voy". Algunas veces, mientras uno dibuja, aquello que está dibujando empieza a presentarse ante uno de la manera en que él mismo quiere aparecer. Pero esto no es algo que sucede desde el comienzo, se da durante el proceso. A veces ocurre rápidamente, a veces toma más tiempo. Y a veces no sucede nunca, y entonces son esos dibujos muertos, quizá muy elegantes pero sin vida, que uno suele ver en los museos.-

—¿Y cómo ocurre al escribir?-

—Tomemos la novela King. Un día vi de pronto que había un espacio, un silencio, que necesitaba ser llenado. Ese silencio tenía que ver con la vida de los desposeídos. Y supe que ese silencio no me permitiría quedarme quieto, que tenía que hacer algo al respecto. Entonces viajé mucho, fui a diferentes ciudades, suburbios, barrios bajos, hablé con mucha gente de la calle. No como un sociólogo, sino como un observador, durante casi un año. Ahí estuve escuchando, observando, tomando notas. No era una investigación, sino que quizá se trataba de hacer espacio dentro de mi mente, o de mi alma, para que las cosas pudieran entrar en ella. No quería caer en la compasión barata. De pronto un día tuve la visión de estos dos personajes: Vico y Vica, que empezaron a demandar reconocimiento. Y el tema entonces fue encontrar la voz que esa historia necesitaba. La voz que funciona en una novela es la que interfiere en la historia lo menos posible. Pues busqué esa voz durante meses. Mientras, escribía. Pero era todo muy malo: usaba a estas personas como instrumentos para mi argumento político. Hasta que un día, de la forma más trivial, estando en París, vi a estas personas durmiendo en la calle, tirados junto con sus perros y me dije: ¡por supuesto! Esta historia debe ser contada por un perro. La voz debe ser la voz de un perro. Ahí realmente empecé a escribir.-

—¿Le pasó alguna vez decirse: "tengo que hacer algo con este tema; no sé si pintar o escribir"?-

—Bueno, hay escritores que siguen un programa muy severo de varias horas de trabajo por día. Yo trato de hacer eso, pero no lo logro. Siempre suceden cosas de todos los días que no puedo ignorar. Puede ser simplemente ir a comprar papas, o cuidar a un amigo. Las demandas ordinarias de la vida cotidiana. Yo tengo que hacer eso primero. Recién después puedo sentarme a escribir. Cuando escribí todo lo que puedo por ese día, pueden ser cuatro o cinco horas, me detengo. Y sólo ahí, algunos días, puedo comenzar a dibujar. Para mí, dibujar es algo que hago después de escribir. Por eso no me pregunto: ¿debo escribir o dibujar? Porque no tienen la misma prioridad.-

En el artículo "Un hombre desgreñado", dice que la compasión, el olvido de sí, no tiene que ver con el orden natural de las cosas, porque desafía la necesidad. Quizá para usted escribir es más "natural" que dibujar.-

—Sí, algunas veces pienso que en un mundo más justo, sólo dibujaría, o pintaría. Hoy eso es imposible para mí, aunque puede cambiar. Pero quizás la clave es ésta: hasta los 30 años yo era pintor. En ese momento decidí dejar de pintar. ¿Por qué? No porque no me gustara pintar, ni porque pensara que no tenía talento. Pero estábamos a fines de los 50, y lo que estaba pasando en el mundo era tan urgente —la Guerra Fría, la amenaza de una tercera guerra mundial— que sentí que debía hacer algo más directo para intervenir. Así empecé a escribir para los diarios. Con el correr del tiempo, escribir se transformó en algo más para mí, no sólo una urgencia política, pero no volví a pintar. Y mantuve el dibujo pero como actividad muy secundaria. Quizás en los últimos años dibujé más que antes, pero eso fue porque mi hijo, que ahora tiene 30 años, es un gran pintor. Entonces dibujo porque es una forma de estar en su compañía.-

—Políticamente hablando, las cosas no han mejorado mucho.-

—¿Hoy? Claro que no. Es un momento tan urgente como entonces, sobre todo después de las últimas elecciones en los Estados Unidos. Yo intuía que Bush iba a ganar. Entonces traté de escribir algo. No sobre las elecciones, sino sobre los efectos reales de cierta política en los seres humanos. Sobre los horrores de esta época, la fragmentación, la falta de futuro. Sobre esos seres que están presentes pero ausentes, porque nadie repara en ellos y son tratados como desechos del sistema. Y hoy, cuando miro para atrás, observo que siempre me sentí atraído por personajes, no necesariamente marginales, pero que están excluidos de los ámbitos que frecuentan los poderosos, tanto políticos como académicos. Y ojo: no lo hago por caridad, lo hago por mí. Disfruto con ellos.

La belleza imperfecta

Lo dicho: en este momento Berger pide permiso, se pone el casco de la moto, y lleva a Nella a la pileta. Tarda unos minutos, y al regresar, se interesa en cómo ha sido la versión teatral de su novela King que se estrenó este año en el Centro Cultural de la Cooperación. "¿Cómo resolvieron el personaje del perro? ¿Hay mucha escenografía?", interroga. Luego salta a la poesía. Nombra a sus favoritos: Neruda, Vallejo, Gelman, Roberto Juarroz. Y quiere saber si existe una buena traducción al inglés de Juanele Ortiz. -

—Comentaba que tiene listo un nuevo libro, ¿de qué trata?-

—Se llama Here is where we live y todavía no se publicó, a pesar de que lo terminé hace dieciocho meses. Pero el editor es lento. Es un libro sobre encuentros en diferentes lugares: Lisboa, Madrid, Cracovia, Londres, la frontera ucraniana... En cada lugar me encuentro con alguien que fue importante para mí y que ya ha muerto. En Lisboa, por ejemplo, me encuentro con mi madre, aunque ella nunca estuvo en Lisboa. Esos personajes no son fantasmas: están ahí y conversamos. O más bien, ellos me hablan a mí y yo les contesto. ¿Conoce mi libro Páginas de la herida? Ahí hay un texto llamado "Doce tesis sobre la economía de los muertos". Este libro es quizá una ficción inspirada en esas tesis. No lo había pensado así antes, pero de pronto ahora veo que es así.-

En esas tesis habla de nuestra relación con los muertos, así como en - El tamaño...- dice que los pintores nos ayudan a reconocer la ausencia del objeto pintado. ¿Por qué cree que es tan central la relación con las ausencias?-

—Creo que la ausencia contribuye enormemente a la creación de un sentido. De hecho, es muy difícil hacer que la vida tenga un sentido para nosotros si no percibimos las ausencias, si no les damos un lugar en nuestras vidas. Hasta la deshumanización producida por el capitalismo, los vivos estaban atentos a la experiencia de los muertos, pues ése era su futuro. Dependían de ellos para colmar el sentido de vivir. Sólo una forma cruel de egotismo moderno logró romper ese equilibrio, con efectos terribles para los vivos, que ahora pensamos en los muertos como los eliminados. Pero si eliminamos la ausencia, no hay más devenir. Y sin devenir, no hay deseo.-

—En todos sus escritos, el cuerpo, la sensualidad, ocupan un lugar importante. No se trata sólo del sentido de la vista, que está en varios de sus títulos, sino algo más físico, corporal.-

—La experiencia de escribir es corporal en el sentido básico de que casi siempre escribo lentamente, entre otras cosas porque corrijo mucho, soy muy minucioso. Puedo llegar a tener seis, siete, ocho versiones de un mismo texto. Es posible que eso se relacione con la pintura, ya que también la pintura es un proceso de corrección, un proceso de descomposición de las cosas, de invocar la presencia. Una palabra que me parece muy precisa en mi caso es "tacto". En primer lugar, porque si no existiera ese tacto, la escritura interferiría con aquello sobre lo cual se escribe. El tacto no es una cuestión de amabilidad ni de buenos modales, sino una cuestión de no perturbar la experiencia que se intenta alcanzar. Luego hay otro aspecto del tocar que se relaciona con el lenguaje. La elección de una palabra es como encontrar el lugar preciso del cuerpo que se quiere tocar con la lengua materna. Para eso, hay que tener una idea de la totalidad del cuerpo, aunque no se trata exactamente de una idea, sino de un sentido, de una sensación. Voy a usar la palabra "penetrante". ¿Es penetrante, agudo o punzante? Cada una de esas palabras es bien específica, y si al fin me decido por alguna, es sólo después de haber casi tocado todas esas opciones en mi propio cuerpo. El tacto del que hablo también se aplica a estas decisiones.-

Usted critica la idea de la belleza regimentada que aparece en los medios de comunicación, en las publicidades. Opone esos rostros que están perorando, que provocan nuestra envidia y nuestro anhelo, a la belleza que confirma que la vida es y ha sido siempre un don. Se pregunta, incluso, ¿cómo no caer en la trampa de la belleza? ¿Es posible no caer en la trampa de la belleza?-

—Le cuento una anécdota: hace un tiempo estaba en Florencia. Era en enero y hacía muchísimo frío. En un momento, casi solamente para entrar en calor, entré a un museo. De pronto me di cuenta de algo: cuando vemos algo o a alguien bello, la primera idea que nos surge es que es un placer mirar a esa persona o ese objeto. Y sin embargo no es así: el placer reside en ser mirado por esa persona. Si lo pensamos bien, cuando decimos "ah, qué bello", en esa expresión está la esperanza o el deseo de ser mirado por ese objeto. Por eso la belleza compulsiva es tan desagradable. Hay un elemento del deseo del que no suele hablarse. Hay una relación entre el deseo y la herida: el deseo supone dar y también recibir. Supone un alejamiento —temporario, por supuesto— del dolor natural de vivir y ser lastimado. Esa es la trama secreta del deseo: alejarnos por un tiempo del dolor. Si esto es así, y creo que en algún punto lo es —entre paréntesis, creo que es algo que resulta más fácil de entender para alguien que proviene de su cultura que para un anglosajón—, entonces la belleza perfecta es al mismo tiempo algo que no se puede amar ni desear, porque en su perfección intacta, sin heridas, no existe la posibilidad de dar ni de recibir. Es como dice Andrea Dworkin (mira el texto, pero recita casi de memoria): "no tengo paciencia con los invulnerables, con aquellos que no han sido tocados por un temporal, esos que nunca se han derrumbado. Grandes puntadas, desgarros mal cosidos, nada muy lindo. Entonces algo sale y reluce. Pero a los lustrosos, a esos no los soporto".

John Berger I

61

Miro un árbol.
Tú miras lejos cualquier cosa.
Pero yo sé que si no mirara este árbol
tú lo mirarías por mí
y tú sabes que si no miraras lo
que miras
yo lo miraría por ti.
Ya no nos basta
mirar cada uno con el otro.
Hemos logrado
que si uno de los dos falta,
el otro mirelo que uno tendría que mirar.
Sólo necesitamos ahora
fundar una mirada que mire por
los dos
lo que ambos deberíamos mirar
cuando no estemos ya en ninguna parte.

Roberto Juarroz, Poesía vertical, 1975

domingo, 4 de octubre de 2009

...de viaje (hoy el sauce llora)

En Crónicas del ángel gris, Dolina le hace decir a Manuel Mandeb:

Todo viajero es la mitad de sí mismo. No hay lugar en los aviones para llevar las cosas que lo completan. Esquinas, gestos, personas, vientos, olores, tapiales, saludos, colores y miradas no caben en las valijas.

El que se va, los que se quedan...

Mercedes se fue, pero la seguiremos encontrando en sus músicas, en algo que flotará siempre en el aire,

Buen viaje, NEGRA!!!

domingo, 27 de septiembre de 2009

Acéfalo

Siento que todo esto no empieza en ninguna parte;
que aparece, simplemente aparece y se dispara, yo ajeno a todo

Supe hace un tiempo que las cosas no tienen un principio
o, quizás mejor, que el principio está justo en el medio, inalcanzable al comienzo
(que no es lo mismo que principio);
que no sabér dónde, cómo ni cuándo es mejor que la neurosis de saberlo todo
y que resignar el deseo es resignar el principio,
porque es el más acá lo que nos lleva al más allá
deseo y principio: equidistantes de la incertidumbre

¿cómo empieza algo? (me preguntaron hace un tiempo)

Hoy me ahogo en el vaso de agua de la soledad,
pero a veces aparece una cara y me siento extraño
me pregunto que hago aquí
(me apropio de voces para reconocerme en el frío de la casa)

"¿por qué habré venido hasta aquí si no puedo más de soledad?"

Si yo vuelvo a lo mismo de siempre
si el sinsentido me abraza seductoramente
sencillamente digo: no quiero más fantasmas de lo que podría ser

no quiero la parálisis infantil de saberme dominado
quiero el sonido vibrando
estremeciéndome el corazón

Yo creo que las cosas empiezan con voluntad de escuchar, dije

ahora sé que en lo acéfalo de hoy tengo una posibilidad
de amar
y que el vaso de agua se derramará sin que yo lo advierta

jueves, 3 de septiembre de 2009

Mientras la lluvia

Dedicado a mi amiga/hermana Marce: ya despiértateeee!!!!

Cuando salga el sol voy a lavar mis zapatillas
Así, caminando con el astro rey en los pies
quizás pueda asentar mi cabeza sobre la tierra
y mirarte al revés,
como realmente sos
Y si la sangre furiosa me hace explotar de golpe
voy a procurar no salpicar tu impune presencia
Ah, cierto
ahora recuerdo que siempre estas a suficiente
Distancia
como para que algo pueda sucederte

***
Mientras escucho tu nombre sobre mi nombre
ya ni se me ocurre pronunciarte
Las letras están gastadas,
patinan sobre el barro de mi miedo
Mi boca llena de gomaespuma
no tiene aire para articularte
y muerde basura seca inflada
No hay lugar en mi boca para articularte
tu nombre está gastado, ya lo dije
¿Mi nombre está cansado antes de correr la carrera?
No hablamos
nada pasó
nunca
Sólo que en los intercambios de madrugada a veces brillas
(o brillo para vos)
Pero
ahora,
hace un tiempo que estoy bajo la tierra cálida del verano sin agua
y al salir
sólo quiero aburrirme pisando charquitos que me dejó la lluvia postergada de agosto
y no pensar
nunca más
en vos

martes, 1 de septiembre de 2009

Potencialidad

"La potencialidad no debe ser confundida con la realidad. Una gran parte de la humanidad no está ni remotamente cerca de comprender sus potencialidades, y menos aun los elementos y formas para su realización. Una humanidad irrealizada no es en absoluto una humanidad, excepto en el más estrecho sentido de la palabra. En realidad, una humanidad así es más temible que cualquier otro ser, porque posee lo bastante de esa mentalidad llamada "inteligencia" como para destruir la vida sobre el planeta."

"Al igualar "vivir bien" con el vivir abundantemente, el capitalismo ha hecho extremadamente difícil de demostrar que la libertad está más identificada con la autonomía personal que con la abundancia, más con el poder sobre la vida que con el poder sobre las cosas y la naturaleza, más con la seguridad emocional que se deriva de una nutritiva vida comunitaria que con la seguridad material que se deriva del mito de una naturaleza dominada por una tecnología omnipotente"

Bookchin, Murray, La ecología de la libertad, Nossa y Jara Editores Colectivo Los Arenalejos, 1999

lunes, 31 de agosto de 2009

(the machine)

A: Es muy sencillo... Metés por acá un tipo cualquiera, y sale del otro lado convertido en tu hombre ideal
B: ¿Y para que me quiera, nomás?

TUTE
Revista La Nación

domingo, 16 de agosto de 2009

Cantar: luces y sombras

"...si lo consumado y lo posible tienen siempre la cara del horror (...) yo digo que mis ávidos amores son fuertes y viven más que yo, son gigantes ténues como flores que alientan este turbio corazón"

Me gusta la sensación de despertar. Cantar es despertar. Hace poco el brillo y la oscuridad en una obra de Debussy me representaron muy fuertemente esto: la vida creciendo en medio de la muerte, encarnándose en el horror, construyendo amor desde la oscuridad. Fue una certeza. Muerte y vida imbricándose, como siempre, esta vez encarnadas en la música. Vida prevalesciendo sobre su compañera, fortaleciéndose mediante su debilidad característica. Omnipotentes las dos. Lo escribí en mi diario personal, y pensé que ahí quedaba.
Pero cantar tiene sus misterios, sus vueltas, parpadeos de lo imposible, de lo olvidado. Este sábado, en medio del Espacio Cultural Nuestros Hijos, ex ESMA, se activaron cositas, pequeñas, incómodas. No me puedo olvidar de ese camino de entrada, eterno, que se desmembraba poco a poco de la ciudad y me chupaba, desarmándome de a poco. La caminata de entrada con mis compañeros, los comentarios, las hojas secas, el silencio, el viento, la tarde llevándose la luz.
Extraviado, trato de encontrar suelo firme, siento que todo es aire, que todo es viento y no se queda quieto, no se deja aprehender.
Charlamos, compartimos bebida y comida, vocalizamos, preparamos cuerpo y alma.
Viene el escenario (vamos hacia él, mejor dicho). Soy el primero de la fila, encaro con felicidad. El sonido se sucede, el silencio lo acompaña; siempre cerca uno del otro, compartiendo el aire. Miro el techo de la sala, involuntariamente (o no). Está en declive, torcido. Como la historia, se me ocurre pensar ahora... la historia está torcida, hay que enderezarla. Poner la lente, hacer foco, mirar... ¿pero cómo estar detrás de la cámara y frente a ella al mismo tiempo?

"Crece desde el pie musiquita, crece desde el pie
(...) crece desde el pueblo el futuro, crece desde el pie
(...) crecen los mejores amores, crecen desde el pie"

lunes, 20 de julio de 2009

...no soy un extraño

7:03

Acabo de llegar a la ciudad puerto,
quiero leer, escuchar música,
sólo eso
Y al escribir esto reflexiono sobre la imposibilidad de escribir de otra manera:
citas
instantáneas
aquí y ahora
brevedad
discontinuidad
todo eso debo ser yo, ¿no?
ja
cierto que no había nadie mas

Siempre descubro cosas sobre el terreno de lo evidente, eso debe explicar algo supongo...

Acabo de llegar, no soy un extraño
conozco esta ciudad, no es como en los diarios,
desde allá

Dos tipos en un bar se toman las manos
prenden un grabador y bailan un tango
de verdad

Y yo los miro sin querer mirar
enciendo un faso para despistar
me quedo piola y empiezo a pensar
que no hay que pescar dos veces con la misma red

Acabo de mirar las luces que pasan
acabo de cruzar la plaza, las razas
y el color

Y siento un humo como familiar
Alguien se acerca y comienza a hablar
me quedo piola y digo "¿qué tal?"
vamos a pescar dos veces con la misma red

Desprejuiciados son los que vendrán
y los que están ya no me importan más
Los carceleros de la humanidad
no me atraparan dos veces con la misma red

Elocuente, demasiado
acabo de llegar
...no soy un extraño.
La "cinta" continúa corriendo, más genialidades de García y yo seguiría citando, comentándo(me)
pero agradezco
y dejo aquí
hasta no sé cuándo

jueves, 7 de mayo de 2009

¡Ay!

El grito deja en el viento
una sombra de ciprés
(Dejádme en este campo llorando)
Todo se ha roto en el mundo
No queda más que silencio
(Dejádme en este campo llorando)
El horizonte sin luz
está mordido de hogueras
(Ya os he dicho que me dejéis
en este campo llorando)
Federico García Lorca

lunes, 2 de febrero de 2009

Olvidar el diario, encontrar literatura, volver a escibir

—Vamos a ver, Lucía: ¿Vos sabés bien lo que es la unidad?
—Yo me llamo Lucía pero vos no tenés que llamarme así —dijo la Maga—. La
unidad, claro que sé lo que es. Vos querés decir que todo se junte en tu vida para
que puedas verlo al mismo tiempo. ¿Es así, no?
—Más o menos —concedió Oliveira—. Es increíble lo que te cuesta captar las
nociones abstractas. Unidad, pluralidad... ¿No sos capaz de sentirlo sin
necesidad de ejemplos? No, no sos capaz. En fin, vamos a ver: tu vida, ¿es una
unidad para vos?
—No, no creo. Son pedazos, cosas que me fueron pasando.
—Pero vos a tu vez pasabas por esas cosas como el hilo por esas piedras
verdes.


Esto fue Rayuela.
Tengo preguntas, pero decido (por hoy) que Rayuela siga hablando en mí